Los cadáveres petrificados iban demasiado abrigados, vestían prendas de lana y chaquetas largas que les cubrían el cuerpo. Había braseros en las puertas de las casas y algunos de los frutos carbonizados no correspondían a la fecha de su cosecha. Demasiados elementos no cuadraban con un 24 de agosto, fecha en que oficialmente el Vesubio había entrado en erupción y sepultado para siempre Pompeya. No había muchos más datos, y siempre se terminó encontrando una justificación que hiciese encajar por la fuerza los elementos de aquella apocalíptica escena. El último hallazgo en una de las paredes de las casas que emergen de las nuevas excavaciones en Pompeya, sin embargo, ha mandado millones de libros de historia de nuevo a la imprenta. El Vesubio entró en erupción en otoño, y no en verano como se creía.
Una inscripción a carboncillo descubierta en la pared de una casa ha terminado con las dudas sobre la fecha de la erupción más famosa de la historia. Fue el 24 de octubre, y no el 24 de agosto del año 79 después de Cristo como se sostenía hasta ahora. La mayoría de manuales y libros de historia se agarraban a esa fecha basándose en una carta de Plinio el Joven enviada a Tácito. Sin embargo, algunos expertos ya apuntaban que el monje amanuense que debió transcribir la misiva en la Edad Media —probablemente no entendía ni una palabra de lo que copiaba— pudo haber cometido algunos errores que anticiparon dos meses la fatídica fecha.
La descomunal máquina del tiempo que durante años ha sido Pompeya contenía un error básico de cálculo para viajar hasta aquellos días. Pero ha sido subsanado a través de la inscripción en una de las paredes de las casas que están emergiendo en las nuevas excavaciones de la llamada zona Regio V. El garabato de carboncillo estaba fechado en el “decimosexto día antes de las calendas de noviembre”, que según nuestro actual calendario correspondería al 17 de octubre. Es decir, una semana antes de la terrible erupción. Una época que, esta vez sí, coincidiría con el hallazgo de frutos carbonizados como castañas, granadas o nueces.
El director del parque arqueológico de Pompeya, Massimo Osanna, no tiene dudas de la autenticidad de la corrección. “Había algunas voces que apuntaban en esta dirección. Pero nunca encontramos una prueba así de fuerte. Teníamos dudas por algunos objetos encontrados o por los frutos que portaban. Pero también podían haber sido recogidos en otras épocas para otros usos. Este es un paso decisivo”. La inscripción se hizo en carboncillo porque la casa estaba en construcción y, presumiblemente, los obreros se entretuvieron así con la idea de borrarla cuando estuviese terminada la construcción. “Ahora se explican tantas anomalías, como los braseros para el fuego que encontramos en algunos lugares y que, durante tiempo, se dijo que se usaban para otras actividades. Pero era difícil y muy extraño”. Tanto, que este martes hasta el ministro de Cultura, Alberto Bonisoli, se fue hasta el parque arqueológico para celebrarlo.
Pero la emoción de los descubrimientos va por barrios. Y Mary Beard, historiadora y experta en la antigua Roma, premio Princesa de Asturias 2016 y estrella mediática, responde a EL PAÍS en un correo electrónico algo menos entusiasmada que sus colegas. “La verdad es que desde hacía mucho tiempo se sospechaba que la erupción tuvo lugar en octubre. Esta es una gran pista extra, pero en realidad solo apoya lo que empezaba a ser ya la visión estándar de la situación”. Una visión, en suma, que deberá corregirse ahora en tantos libros, películas y obras teatrales condenados a la papelera de su propia historia.
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